El desempleo y el inquebrantable valor de nuestra humanidad

Luis Beteta

Por Luis Beteta, Chicago, IL

El desempleo va más allá de arrebatar la seguridad financiera; puede sentirse como una herida en la propia identidad.  En un mundo que mide el valor por la productividad, perder un trabajo, especialmente en campos con una misión como el trabajo humanitario, los servicios sociales o los derechos humanos, puede hacerte sentir como si estuvieras desapareciendo. Hoy en día, estos sectores se enfrentan a recortes, congelamiento de contrataciones y una creciente inestabilidad, dejando a muchos trabajadores sociales, psicólogos y defensores desplazados justo cuando más se les necesita.

Este tipo de desempleo duele de forma diferente. No solo pierdes un ingreso; pierdes un sentido de propósito. Con él, se pierde tu autoestima, tu rutina, tu pertenencia. Pero esta es la verdad: “Tu valor no depende de tu trabajo.” Tu dignidad no se mide por currículums ni entrevistas. Reside en tu capacidad de resistir, de cuidarte a ti mismo y a los demás, y de seguir soñando incluso en la incertidumbre.

Si estás en esta situación, no estás solo. Y no estás roto. Te encuentras en un umbral, quizás doloroso, pero también lleno de posibilidades.

Sin embargo, aferrarte a esta verdad requiere más que autoafirmación. Exige que nos arraiguemos en algo más profundo: el **amor**. La creencia inquebrantable de que somos amados, independientemente de nuestra situación laboral, reivindica nuestro valor no desde las métricas del mundo, sino desde algo inquebrantable.

Pero vivir con autenticidad no significa replegarse en sí mismo. El aislamiento es enemigo de la resiliencia. Nuestras luchas —ya sea desempleo, desplazamiento o exclusión— no son solo nuestras. Nos conectan con el trabajador migrante, el vecino indocumentado, el cuidador mal pagado. Cuando reconocemos estos lazos, rechazamos la mentira de que algunas vidas importan menos. **Nuestra humanidad es colectiva**.

Esta solidaridad es urgente ahora, ya que el miedo y la división nos tientan a construir muros —literales y figurativos— entre «nosotros» y «ellos». Pero la historia muestra el costo de tal exclusión. Una sociedad que ignora a los desempleados, a los marginados o a los extranjeros no solo los perjudica a ellos, sino a sí misma. El trabajador que cultiva nuestros campos, la enfermera que cuida a nuestros ancianos: no son forasteros. Son el hilo que une a nuestras comunidades.

Entonces, ¿qué hacemos en este momento? **Elegimos la conexión por encima del miedo. “Nos negamos a permitir que las dificultades nos encojan el corazón. El amor no es un recurso finito; se expande al compartirlo. Y cuando vivimos así, cuando nos vemos reflejados en los demás y actuamos en consecuencia, no solo sobrevivimos a las dificultades. **Las transformamos.”

Hoy, me detengo a agradecer a quienes me han mostrado esta verdad: el amor de Dios, que nos sostiene sin condiciones; mi familia y amigos; mis vecinos y antiguos compañeros de trabajo que me recordaron mi valor. En su luz, encontramos el coraje para seguir adelante y para apoyar a otros que aún buscan esperanza.

Recuerda: “Tu valor nunca residió en lo que haces. Está en quién eres, y quién eres forma parte de algo mucho mayor.”